domingo, 18 de marzo de 2018

MIS LEMAS PEDAGÓGICOS. DOS: TODO LO QUE DIGAS SERÁ CONVERTIDO EN MARAVILLOSO.


Si, al revés que todo lo que diga será usado en su contra, todo lo que diga el alumno será convertido en maravilloso.

Y será convertido porque ES maravilloso.

¿Y si es un grave error, o una grave confusión, o una grave ignorancia?

Primero, cuidado, hay que ver si el caso no es al revés….

Pero aún cuando fuera así, esa mirada se concentra en el qué, no en el desde dónde. El alumno siempre dice algo, opina algo, duda, cuestiona, interroga, desde su propio horizonte personal de mundo y de problemas. Y ese horizonte es algo maravilloso porque es él, el lugar a donde tenemos que ir y estar para caminar junto a él. Lo que dice es el discurso manifiesto, desde dónde lo dice, el discurso latente.  Hay que a ese lugar para desde allí ver su real inquietud y trabajar desde allí.

Me van a decir: pero los alumnos no hablan. Sí, claro que hablan, pero no a ti. Para que te hablen a ti, deben sentirse invitados a hablar, deben captar que su derecho a la interpelación es respetado, deben advertir que la clase no es más que una amable conversación un poquito más sistematizada.

Me van a decir: qué pasa si preguntamos qué les parece tal cosa, responden cualquier cosa y los tenemos que corregir. Primero, si eso sucede, ir al fondo de lo que dicen, no a lo que dicen. Entonces no tendrás que corregir nada, sino guiar la inquietud, porque la inquietud no es errónea. Pero además, antes que ese tipo de preguntas –que no están descartadas- lo mejor es que tú digas lo tuyo con la clara consigna de que ellos te pueden objetar o responder. Entonces se sentirán llamados a dar su opinión y el diálogo verdadero va a surgir.

Me van a decir: qué pasa si detrás de la pregunta o el comentario se esconde una verdadera malicia o un conflicto grave, una personalidad psicopática o lo que fuere. Y sí, puede pasar. Es un riesgo que debemos correr. Pero el docente es terapeuta, o como tal tu rol te protege. El rol paterno implica a su vez una sana distancia. Si tú eres el adulto, si tú eres más sano, podrás manejarlo; si el conflicto del otro te penetra, mejor analízate, porque hay algo que ajustar.


La verdad, gente, no ignoro los odios, las envidias, los resentimientos o las graves psicosis que los alumnos puedan tener. Pero en mi larga experiencia con los chicos más chicos, que recién han salido del sistema secundario corrupto y opresor, y buscan desesperadamente un poco de respeto y afecto, es que reaccionan bien ante el mínimo signo de mirada comunicante. Otros, finalmente, se quedan “en el fondo”, con su teléfono celular y no te llevan en lo más mínimo el apunte. Pero no te molestan. Déjalos por ende en libertad. Están ahí porque los mandaron, porque algo tenían que hacer pero aún no saben qué. Déjalos en paz. Pero no por indiferencia o por desprecio, sino por respeto. No son robots que tienen un botón que apretar. Son personas que tienen sus tiempos de madurez. Son los límites del aula, son los límites de lo humano, son los límites. No los cruces. No eres Dios.


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