domingo, 4 de marzo de 2018

FRANCISCO Y LA VERITATIS SPLENDOR



En una nota-reportaje  titulada “Rezo por las personas que me acusan de hereje” de Wladir Ramos Díaz, (https://es.aleteia.org/2018/02/15/papa-francisco-rezo-por-las-personas-que-me-acusan-de-hereje/) Francisco afirma que “….Nosotros estamos acostumbrados al ‘se puede o no se puede’. La moral usada en Amoris laetitia es la más clásica moral tomista, la del santo Tomás, no del tomismo decadente como ese con el que algunos han estudiado”.


La respuesta es interesante porque plantea con crudeza el problema de las teologías diversas que producen luego magisterios en principio contradictorios. No está en debate que haya un tomismo decadente. El asunto es si el “se puede o no se puede” fue en la Iglesia una costumbre de la cual ahora podríamos prescindir, o una norma que, aplicada a los preceptos morales negativos, tiene su sentido.


Es sintomático que Francisco no se refiera en ningún momento a la encíclica Veritatis splendor, de 1993 (https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html)  Hace como si no existiera. Porque en esa encíclica, si “se puede o no” no es un problema de obsesivos compulsivos que ignoran el tema de la prudencia y-o la epiqueia en Santo Tomás, sino que hay normas morales negativas que no admiten circunstancias que las vuelvan buenas en sí mismas, más allá de la intención o culpa subjetiva de cada persona en cuestión. Dice la VS en su punto 88: “… Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto» 131.”


O sea, con respecto a los mandamientos positivos, por supuesto que entra en juego la prudencia y el discernimiento, y no entra la lógica del “se puede o no se puede”. ¿Se debe ayudar al prójimo? Claro que sí. ¿Y en tal circunstancia, hasta qué punto? La prudencia lo decide. ¿Debe un padre de familia alojar en su casa, con sus hijos, a un desconocido que encontró en situación de calle? No hay respuesta absoluta. La prudencia lo decide.


¿Pero se puede asesinar a un inocente? No, nunca. ¿Ven? Allí sí entra el “se debe o no”. No hay excepciones. Y ello no implica juzgar la conciencia subjetiva del que lo haga, que puede ser “cierta” “no culpable” pero no “recta” ni convierte en intrínsecamente buena a la acción mala en sí misma. Si eso NO es Santo Tomás yo estaría muy asombrado….


Por eso sigue diciendo JPII: “…La doctrina de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos, es juzgada no pocas veces como signo de una intransigencia intolerable, sobre todo en las situaciones enormemente complejas y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad actual. Dicha intransigencia estaría en contraste con la condición maternal de la Iglesia. Ésta —se dice— no muestra comprensión y compasión. Pero, en realidad, la maternidad de la Iglesia no puede separarse jamás de su misión docente, que ella debe realizar siempre como esposa fiel de Cristo, que es la verdad en persona: «Como Maestra, no se cansa de proclamar la norma moral... De tal norma la Iglesia no es ciertamente ni la autora ni el árbitro. En obediencia a la verdad que es Cristo, cuya imagen se refleja en la naturaleza y en la dignidad de la persona humana, la Iglesia interpreta la norma moral y la propone a todos los hombres de buena voluntad, sin esconder las exigencias de radicalidad y de perfección» 149. En realidad, la verdadera comprensión y la genuina compasión deben significar amor a la persona, a su verdadero bien, a su libertad auténtica. Y esto no se da, ciertamente, escondiendo o debilitando la verdad moral, sino proponiéndola con su profundo significado de irradiación de la sabiduría eterna de Dios, recibida por medio de Cristo, y de servicio al hombre, al crecimiento de su libertad y a la búsqueda de su felicidad 150.”


Ahora bien, que esto parezca ser desconocido por Francisco, resulta medio extraño. Un papa de la Iglesia Católica hace de cuenta que un importante documento del año 1993 no existe. ¿Cómo puede ser?


Es que aquí tenemos un buen ejemplo de lo que hemos dicho en otras oportunidades: casi todos los obispos latinoamericanos, casi todos sus teólogos y caso todos sus sacerdotes conformaron, desde 1968, desde Puebla hasta Aparecida, una “Iglesia paralela”, que se movía bajo los propios cánones de la teología de la liberación, de la más extrema hasta las más moderadas teologías del pueblo. Documentos como este eran conocidos, pero silenciados como abstracciones de una Roma no comprometida con las realidades “del pueblo católico”. Finalmente, con Francisco sucedió algo que Dios sabe bien, seguramente, por qué permitió: uno de ellos llegó a Roma. Oh sorpresa.


Por supuesto, Francisco tiene derecho a querer agregar o abrogar algo de la doctrina de la VS. Hay que ver si se puede, dejo el debate a teólogos y canonistas. En todo caso, ya pasó: dicen muchos que la Dignitatis humanae “abrogó” la doctrina de la Quanta cura y etc. Y tienen un punto: Pablo VI y JPII mantuvieron sobre ese tema un permanente silencio. Sólo fue Benedicto XVI quien se refirió a ello explícitamente, en su discurso del 22-5-2005 sobre la reforma y continuidad del Vaticano II. E hizo bien, porque el tema no podía ser silenciado. Los más conservadores no estarán de acuerdo con BXVI, pero deben reconocerle que trató el tema con valentía y afirmó lo que para él era lo esencial y lo contingente.


Francisco debería hacer lo mismo con la VS, que trata aún de un tema más grave.


Pero no. Silencio total. Es más, parece NO comprender cuál es el problema, porque en ese mismo reportaje se refiere a páginas de lefebristas que lo acusan de hereje, pero como vemos ese no es el problema. El problema es que hay una encíclica, sobre un tema grave, de magisterio ordinario, que lo contradice, y su autor no es precisamente un fanático lefebrista, sino un ex joven perito del Concilio Vaticano II.


Es más, la VS fue la base para la Evangelium vitae, de 1995 (http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html ), que parece tener afirmaciones casi extra-ordinarias: “…Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era inmutable. 72 Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. 73 “.

¿Por qué ponemos este ejemplo? No precisamente porque Francisco tenga algún problema con él, al contrario, lo va a subscribir. Pero entonces hay cosas que "no se pueden", no?

Cabe reconocer que si de Santo Tomás se trata, su respuesta al delicado caso del sacrificio pedido a Abraham –la muerte de su hijo- no deja ser curiosamente voluntarista. Un punto para Francisco, cuya dilucidación dejo en manos de los tomistas: (http://hjg.com.ar/sumat/b/c94.html ) “… En principio todos los hombres mueren de muerte natural, tanto los inocentes como los culpables. Y esta muerte es infligida por el poder divino a causa del pecado original, según la expresión de Re 2,6: El Señor da la muerte y la vida. Debido a lo cual, por mandato divino se puede dar la muerte a cualquier hombre, inocente o culpable, sin ninguna injusticia. A su vez, el adulterio es la unión carnal con una mujer que, si pertenece a otro, es en virtud de una ley establecida por Dios. Y, en consecuencia, el hombre no comete adulterio ni fornicación cualquiera que sea la mujer a que se una por mandato de Dios. La misma razón vale también para el robo, que consiste en apropiarse lo ajeno. Pues cualquier cosa que se tome como propia por mandato de Dios, que es dueño de todas las cosas, ya no se toma, como en el robo, contra la voluntad de su dueño. Y esto no sucede sólo en las cosas humanas, donde lo que Dios manda es, por eso mismo, obligatorio, sino también en el orden físico, donde todo lo que Dios hace es en cierto modo natural, según se expuso en la Parte I (q.105 a.6 ad 1).”


Desde luego, la pregunta podría ser hasta qué punto alguien, aunque sea pontífice, puede pasarse por encima toda la tradición y el magisterio de la Iglesia, aún en el caso de que cuenta con el apoyo de Santo Tomás de Aquino (cuya respuesta para mí, en este caso, deja mucho que desear).


Otra cosa interesante es la infinidad de católicos –obispos, sacerdotes, laicos- que en su momento vociferaron con alegría a la VS y la proclamaron a los cuatro vientos como si fuera la segunda venida de Cristo. ¿Por qué un “caso interesante”? Porque ahora están muy calladitos. Ellos también parecen haberse olvidado de la VS y si hablan es sólo para acusar de escándalo, como al firmante, por preguntarnos todas estas cosas. Qué interesante giro de pensamiento. Así giran la cabeza los muñecos de los ventrílocuos, no las personas.


Todo esto es una confirmación más del caos total y completo en el que está sumida la Iglesia de hoy, y no desde Francisco, sino desde mucho antes. Pero el diagnóstico y la solución están más allá de mis fuerzas. Lo único que nos queda a todos es seguir nuestra conciencia, en medio del caos absoluto. De facto la Iglesia de hoy es un cúmulo de diversidades, pero no de cuestiones libres entre teólogos, no de las gloriosas quaestio disputatae de la Edad Media, sino como su fuéramos diversas denominaciones protestantes peleadas e incompatibles entre sí. De iure, afortunadamente, no es así, pero sólo por la promesa de la indefectibilidad. Entre tanto, el diluvio.

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